Fuente: Guadalimar nº1 (10/12/1975)
Mis primeras palabras: admiración hacia Vasarely. Defiendo o acepto sus posiciones teóricas por parecerme siempre coherentes. Hoy suelen decir algunos críticos que su trayectoria artística es un engaño; yo no lo creo: él siempre ha trabajado a pechó descubierto, ha nadado sin guardar la ropa. Habló desde el principio de la multiplicación de la obra y nunca se desdijo. Ahí está, pues, su obra con todas sus consecuencias múltiples. Luego, que la historia la juzgue como quiera. Pero nunca ha mentido en su quehacer.
Fue siempre un gran amigo. Y me lo demostró hasta extremos a los que no estaba obligado, llegando incluso a rebajarse por mí. Creyó siempre en lo que yo pintaba, y, si la ayuda no llegó más lejos, es porque no podía llegar. El no podía modificar radicalmente todas mis circunstancias adversas. Pero, realmente, me abrió su casa a todas horas. Esta relación asidua con un joven pintor pudiera haberle molestado, pues empezaba él a ser famoso. No fue así. La última vez que le vi, después de bastante tiempo de lejanía, estuvo muy cordial, se reía de la fama de los pintores: -Esto va por turnos. Una vez me toca a mí y otra a Sempere.
Si yo he tenido algún valor en mi obra, jamás me lo ha negado Vasarely. Esa fidelidad afectuosa entre Vasarely y yo ha creado no pocos equívocos en España. Quisiera dejar claro que a Vasarely yo le llamo maestro porque, realmente, lo ha sido en lo humano. Se me ha reprochado un supuesto vasarelismo. Hay que estar ciegos para formular tal reproche. El propio Vasarely bien sabe de nuestras diferencias estéticas. El parte de teorías concretas y yo no. Nuestras realizaciones, por lo demás, han seguido derroteros opuestos.
La primera vez que le vi debió de ser hacia 1953, más o menos. Le dije que le admiraba mucho y que por qué no me hacía un dibujo en una servilleta. El me respondió que no era un Picasso cualquiera, que pasase por su casa y me regalaría un cuadro. Así lo hice y así lo hizo. Lo que ocurrió es que tuve que vender su obra regalada, no sin pesar, porque necesitaba con urgencia ese dinero para sobrevivir. Creo que a él le molestó mi gesto de desesperación, pero tuvo la delicadeza de no hacerme comentario alguno sobre el particular.
La pintura de Vasarely, tan debatida hoy, está por encima de las modas. El arte óptico, vilmente comercializado, tiende a marchitarse en lo convencional. Pero la obra de Vasarely permanecerá. Como permanecen mi agradecimiento y mi admiración hacia él.
Eusebio Sempere